Ahora quiero escribir sobre el viento las
letras de tu nombre. ¿Cuántos siglos son necesarios para que las constelaciones
dibujen el sentido de tu esencia misteriosa? por entre las sombras se cuela la
primavera de tu cuerpo indómito sublimado por una extraña luz divina una
aureola levemente electrificada que traspasa la tupida niebla en que habitan
viejos tranvías que arrasan chirridos cadavéricos sí el mundo es un tétrico
jardín desolado destrozada quilla de barco sobre la arena húmeda. Llegar a la
era del lagarto en que los oficinistas vomitarán cuajarones de sangre sobre tus
pechos desnudos, la bilis de decenas de niños muertos al nacer corroe tus
pezones antaño dulces, candorosamente temblorosos, será una época triste en que
sólo podrás aspirar a agonizar en una cabina de teléfonos con los labios ya
dolorosamente contraídos, invadida hasta los intestinos por el aroma putrefacto
de violetas marchitas ¿por cuántos kilómetros de asfalto arrastrarán tu cuerpo ya
podrido? ¿Cuándo cesará esta algarabía de gaviotas sobre el mundo civilizado?
Ahora, mientras bailas desposeída de ti misma mientras galopas entre cientos de
perros salvajes y dominas ejércitos de flores con el poder de tu mente
prodigiosa, ahora quiero escribir en el viento las letras de tu nombre de
muerta para que el viento muera lamiendo solícito tus rodillas, fiel y servil,
ignorando lo mismo que tú qué cantidad de sangre se agolpa el vórtice de tu
ausencia, cuánta fluye huyendo de tu desconsuelo de siglos, de tu pesar
ultragaláctico, de tu terror al color azafrán del enorme tigre mecánico que un
día desgarraste con tus uñas de latón o el olor a ciruelas y avellana amarga de
tu carne abierta al mundo, palpitantemente desgarrada entre sus fauces de cobre.
Daniel Lubinovich
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