Estas aves canoras, que eran víctimas de los pillapájaros, que los vendían para enjaularlos y disfrutar de su canto, siguen siendo comunes por las zonas de huertos y de cultivos, e incluso en los parques de las grandes ciudades. La técnica de los pillapájaros consistía en tapar los cursos de agua y dejar sin cubrir la parte donde ponían una red mientras cobardemente se escondían en una choza de cañas. Afortunadamente, estas prácticas se han ido abandonando, en parte por la escasez de estas aves y de los propios cursos de agua que ya están todos prácticamente secos o entubados. Como sus parientes los pardillos y los lúganos, se trata de aves granívoras, aunque tampoco le harán ascos a los cigarrones.
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