A la luz de las farolas, salíamos por las calles adoquinadas y húmedas para recorrer aquellas estrechas calles en busca de aventuras, aventuras que raramente llegaban, aventuras que solamente existieron en nuestra imaginación. Y sobre la imagen de la ciudad inventada y soñada, algunas veces, se superponía, en los extraños y angustiosos momentos de lucidez, la punzante imagen de la ciudad y de la vida propia, como la verían los ojos de algún visitante que acabase de llegar a nuestro territorio.Este visitante no reconocería la esquina donde nos dijeron que sí una vez,la barando sobre laque nos apoyábamos las tardes de junio y el reloj que nos marca la hora de regreso.Para él, todo sería anodino y trivial.
jueves, 3 de noviembre de 2011
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