miércoles, 29 de septiembre de 2010
Antes era un fortín para avistar las expediciones africanas que venían a la isla en busca de esclavos, y ahora es un museo de arte a la vera del Atlántico, ese mar salvaje y de un profundo azul cobalto donde las corrientes de agua arremolinadas por los vientos muestran varias gamas de azules duros y fríos.Curioso el destino de estas edificaciones militares, reconvertidas ahora en variopintos museos con restaurantes y tiendas de souvenirs, alejadas de las aglomeraciones del levante y del sur de la península.Nunca parece haber demasiado gente, aunque la poca gente que encontramos proceden de muchos lugares distintos.
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