No te puedes detener. Porque siempre hay un sitio al que ir, o como mínimo deberías ir allí y hacer lo que tienes que hacer. Lo sabes muy bien. Es lo que te dicen todos que hagas.
Pero no sabemos el porqué. Y a veces nos sentimos como Sísifo. Él arrastraba su piedra, aquella roca odiosa pesaba toneladas, pesaba como su propia vida. Su único momento de liberación, al llegar a lo alto de la colina y dejarla allí, era también su condena, pues inmediatamente volvía a rodar colina abajo y el debía volver de nuevo a empujarla hasta la colina y repetir esa acción un a y otra vez, por los tiempos de los tiempos, sin liberación de ningún tipo, ni siquiera la muerte. Sabemos que tenemos que ir, pero no sabemos el porqué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario