Los pasillos del metro siguen siendo refugio de los desharrapados. Es un lugar donde ellos se refugian y pueden continuar implorando una moneda. Pasamos y los miramos a hurtadillas, de reojo. Que no se note mucho. Podríamos ofenderles, y no sabemos quién de ellos está loco, o es un delincuente, o es capaz de decirnos algo que no nos guste escuchar. Pero tal vez no sea todo tan sencillo.
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