Como una miel celeste
Puede que ésta no sea la gran verdad, tú sabes que con el albor de un frío de ceniza desfallece a la vera de tus ungidos pies: así lo indican las últimas informaciones que esta redacción ha recibido al respecto añadiéndose con ellas un dossier en el que se pormenoriza cómo y de qué manera una inmensa lengua como de tigre fauno lame con su saliva tibia, tus rodillas y tu mentón. A estas horas, cuando los rotativos acaban de difuminar por todo el país el tacto áspero, el olor gomoso de su tinta aún no hemos podido aclarar cuánto hay de cierto en las declaraciones de testigos que aseguran que dos ángeles vinieron a tu lecho de rosas y oropéndolas, haciendo revolotear con el impulso de sus alitas miles de pétalos y dejando en tu cuarto un indefinido aroma de incensario y a biblioteca antigua, aroma que irá a posarse sobre la serena candidez de tu ombligo, en la copa de tus pechos el día en que, traspuesta de luz, mueras lejos del tumulto flotando sobre una balsa de flores entre el croar de miles de ranas. En todo ello hay algo impúdico, tú lo sabes y yo estoy en trance de difundirlo a la opinión pública -ruedas de prensa, fogonazos de flash- sino fuera que temo que un día, cuando me halle abrazado a tu cuerpo desnudo, en el momento en que un grito jubilesco anuncie la penetración, el dulce contacto de mi pene en tu vagina de terciopelo, alces los brazos como en trance y tu adminículo se vuelva raído y frío, urticante y miles de lagartijas surjan de todos los rincones para cubrir tu piel y dejarme, tras breves instantes, un conglomerado horrendo de vísceras, tus labios devorados salvajemente, y un inmenso charco de sangre anegándome hasta hundirme del todo. Y morir ahogado en él para que renazcas de nuevo, impoluta y fatal.Daniel Lubinovich
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