Aquel viejo parecía loco, pensaba la muchacha que lo veía cada mañana desde al autobús a sus clases, porque siempre hacía el mismo recorrido, en la misma dirección, con grandes aspavientos, hablando sólo y gritando a los transeúntes , que se espantaban cuando no le conocían o le ignoraban sutilmente porque, sí, todas las mañanas era lo mismo.
Pero un día el hombre barbudo, el mendigo vociferante, no apareció. Bueno, seguramente es un pobre loco y borracho que se habrá quedado dormido en un barco del parque, rodeado de palomas, cartones de vino barato vacíos y bolsas de basura. Por fin sólo se veía a gente normal por la calle.
Al día siguiente, ella miró con atención, disimulando ante sí misma la intriga de no ver aparecer al viejo que llevaba tanto tiempo trastornando la jornada matinal del barrio. Bueno, un borracho como él, viejo y medio loco, puede dormirse más de una vez, esos pobres diablos son imprevisibles, lo mismo ha cambiado su recorrido y ahora se ha ido a molestar a otro barrio.
Al tercer día, el mendigo barbudo, viejo loco borracho vociferante, tampoco apareció. Notó que las otras personas del autobús miraban también a la acera donde normalmente iba agitando los brazos y gritando cosas sin sentido. A lo mejor su familia, por fin , ha venido a buscarlo para llevarlo a una residencia o a un asilo. Y es donde mejor puede estar esa gente, porque no se puede negar que son un peligro, para sí mismos y para la sociedad, y dan mala imagen del barrio, parece como si el barrio estuviese lleno de chusma por culpa de aquel demente.
Al cuarto día, la gente siguió buscando, sin éxito, al mendigo barbudo vociferante viejo loco borracho por la acera. Y ya nadie disimulaba, algunas personas lo preguntaban en voz alta, algunos decían que se lo habrían llevado a un asilo, otros que lo vieron por la tarde en otro lugar de la ciudad, hubo uno que se alegro de no verlo nunca más por allí.
Al quinto día, todos callaban , porque por la acera solo se veía a gente que hablaban solos, con los auriculares del móvil, palomas que buscaban migas de pan de la tarde anterior, patinetes raudos y veloces, pero ni rastro del anciano. Nadie dijo nada esta vez, pero todos se temieron lo peor.
El periódico local publicó la noticia a la mañana siguiente. Un hombre anciano había sido hallado muerto bajo el puente de la riera, abrazado a una almohada mugrosa y con la única compañía de una par de gatos callejeros. El diario decía que podía haber sido un infarto, al no haber signos de violencia, aunque si le habían robado sus pocas pertenencias ( una maleta vieja llena de papeles y una radio sin pilas ). Lo más extraño de todo es que estaba como petrificado, con los brazos alzados, como cuando gesticulaba al andar por la avenida .
Al séptimo día el silencio en el autobús era sepulcral, porque todos miraban a la acera , y les parecía ver en las sombras de los árboles la del viejo loco borracho que al hablarle al cielo en realidad les estaba hablando a todos aquellos que no conocía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario