El disfraz, desde que lo vio, le pareció excelente, algo increíble, se preguntaba como era posible que, en medio de toda la sordidez de la vida cotidiana, podían existir esos objectos tan maravillosos, esos que hacían que media se girase a mirar. Y sabía que, aunque lo más normal era que la tildasen de loca, excéntrica o acomplejada, sospechaba que un componente de envidia acechaba detrás de las descalificaciones de los que nunca se habían salido del molde, de aquellos que nunca se habían colado en el metro ni habían sisado una manzana del puesto de frutas del mercadillo, de las que no sonreían nunca porque sí y de los que evitaban pisar los charcos por miedo a ensuciarse la ropa. Pero ese mañana, contra todo pronóstico, no pasó nada de lo que predijo porque, por un extraño artificio del destino, no se encontró con nadie.
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